En el culo del mundo

  Me da igual donde os encontréis en este momento, mirad un segundo a vuestro alrededor y observad lo que os rodea. Un 90% de lo que veis ha llegado a España en barco o ha sido fabricado con materiales que han venido del mismo modo.


  Justo ahora hay 16 millones de contenedores viajando en buques de un lado a otro del mundo, y es que el transporte marítimo es hoy día uno de los pilares de la globalización y sin embargo resulta un mundo casi invisible para nosotros.
  Todo en el transporte marítimo es a lo bestia, porque se trata de atender nada menos que las necesidades de una industria global que surte a 6.000 millones de habitantes. Por eso la globalización tiene grandes cerebros que dirigen al gigante, ubicados en Nueva York, Londres o Shangay; pero como comprenderéis también necesitará un lugar por donde deseche lo que ya no le sirve, vamos, hablando en plata, que el gigante del que os hablo también tiene como es de lógica un culo.
  Estoy seguro que a Bangladesh le hubiese encantado ser el corazón de la globalización, los ojos o por lo menos las manos (aunque ese puesto ya se lo quedó China); pero a ellos les ha tocado ser el culo del mundo, y ese culo tiene una ubicación exacta y se llama: Chittagong.



  Los buques tienen una vida media de veinticinco años y una vez consumida su etapa funcional la naviera lo manda a desguazar para sacar beneficios de la chatarra. Desmantelar un barco en un país desarrollado es caro teniendo en cuenta la legislación, así que el 90% de los propietarios mandan los buques a países en vías de desarrollo como Pakistán, India o Bangladesh. Y es en este último donde dicha actividad industrial posee hoy día una enorme importancia económica, ya que proporciona nada menos que la mitad del acero que usa este país de 160 millones de habitantes.
  Además, esto es un negocio donde todos ganan: los armadores sacan un pastizal por el buque desguazado, las empresas chatarreras se forran vendiéndole el acero a las acerías, mientras que el gobierno de Bangladesh se embolsa también lo suyo mientras hace la vista gorda a toda las tropelías inhumanas de las que voy a hablar a continuación.

  Todo empieza con un gigantesco buque navegando a toda máquina directo a encallar (como un auténtico suicida) en las playas de Chittagong. Aquí todo se hace así, da igual que el buque que venga a ser desguazado sea un granelero, un portacontenedores o un petrolero; ni dique seco ni ostias, a toda máquina directo a la playa para que el inmenso cachalote de acero, relleno de sustancias tóxicas en las tripas, entre cual elefante en cacharrería restregando la panza en el lodo de la playa hasta que la arena lo consiga frenar. Y así, una vez encallado, empieza el descuartizamiento a contrarreloj de la ballena de acero varada.


   Un auténtico ejército de infelices que un día fueron hombres, hoy convertidos en  bestias de carga, se lanza con fatiga y hambre en las entrañas a llevar a cabo el trabajo más peligroso del mundo. Un buque transoceánico no lo diseña la ingeniería naval para que sea fácil de desmantelar, sino para que soporte las fuerzas titánicas del océano cuando hay temporal (sin duda uno de los lugares más hostiles que existen en la tierra). O sea, la ballena no se va a dejar desmembrar tan fácilmente, y no será nada raro que se cobre su tributo con un hombre muerto.
 
  Una vez iniciado el trabajo la actividad en torno al buque es realmente frenética: silban los sopletes y se escuchan sin cesar los golpetazos de mazos mientras los obreros mastican olor a salitre y gasoil. Todo debe hacerse lo más rápido posible y sin mirar lo más mínimo por la seguridad, de ese modo consiguen con una tecnología (exceptuando los sopletes) de casi la Edad del Bronce, que un buque de tamaño medio sea desguazado en unos 40 días y un gran transoceánico o mega petrolero de 40.000 tn en unos cuatro meses.
  La primera labor consiste en extraer mediante bombeo el aceite, los lodos tóxicos y desmontar las planchas de proa. Luego se sacan generadores, chimeneas, hélices y kilómetros de cables de cobre, todo ello será fundido y reconvertido en materiales de construcción.
Por supuesto, se extrae todo el mobiliario, objetos y enseres que tuviese el buque para venderlos en mercados locales, incluida hasta la mismísima bañera donde el capitán jugaba a los barquitos.

  Cuando solo queda el esqueleto del monstruo llega el turno de los cortadores. Estos hombres con sus sopletes de oxiacetileno irán rajando plancha a plancha, viga a viga, mamparo a mamparo hasta ir devorando el cadáver de la bestia. Al abrirse paso entre las tripas del buque se juegan la vida de forma suicida, puesto que a veces son envueltos por bolsas de gas o vapores tóxicos que los envenenan. Además siempre existe el peligro de que al cortar con el soplete un mamparo la llama de este prenda una bolsa de gas, lo que provoca una explosión que los envuelve en una bola de fuego sin tiempo a escapar del laberinto de hierro.
  Una vez que los cortadores obtienen los enormes trozos y planchas de metal les llega el turno a los porteadores, estos hombres no utilizan casi maquinaria pesada, por lo que se puede decir sin miedo a exagerar que las 40.000 tn de un mega petrolero pasan una a una por sus hombros y espaldas.
  Usan para arrastrar gigantescas planchas o descomunales estructuras de acero tanto cuerdas viejas como cadenas, sin probar su resistencia, pero si un día una cadena se rompe y pega un latigazo que parte en dos a diez hombres ( algo así como lo que se ve en la peli del Barco Fantasma, valga la maldita ironía) no ocurrirá absolutamente nada. Además todos los obreros están expuestos a caídas, aplastamientos, morir electrocutados y por supuesto padecer enfermedades respiratorias por la exposición a lubricantes, pinturas o hidrocarburos.  Como resultado de todo esto cada semana en Chittagong muere un obrero y cada día otro resulta gravemente herido por un accidente. Pero la necesidad que sufren es tal, que por cada hombre que muere hay diez queriendo ocupar su puesto. Por tanto, estos seres humanos han sido reducidos a muñecos rotos que cuando, tarde o temprano, ya no valen, se cambian por otros y listo.

 

   Al arrastrar por la playa los pedazos de la bestia muerta van dejando capas de residuos altamente contaminantes como el asbesto, amianto, cadmio o plomo que provocan un impacto letal en el medio ambiente, y por supuesto también en ellos. De hecho, fijaos bien en la fotografía aérea y comprobareis como la playa hace tiempo quedó cubierta por una gruesa capa de chapapote y lodo tóxico que pisan descalzos.

  Miles de obreros trabajan en Chittagong una media de 12 horas al día con un único descanso de 30 minutos, en dicho breve intervalo deberán salir del área de trabajo y volver de nuevo tardando en ello un total de veinte minutos. Por lo cual realmente sólo descansan los diez minutos que están en la cantina bebiéndose un té y comiendo unas tortas con sabor a gasoil. Diez minutos en 12 horas en uno de los trabajos más extremos del mundo.

  Cada año llegan a las playas de Chittagong 1,3 millones de toneladas tóxicas tan sólo de barcos de la Unión Europea. ¿Esto es lícito?, pues gracias a un quiebro legal sí que lo es. Bruselas a priori prohíbe que un buque europeo sea desmantelado sin medidas de seguridad y protección medioambiental, pero la naviera le vende el buque a un bróker de Londres y este consigue cambiarle la bandera deshaciéndose finalmente del barco. Así se ríe de Bruselas y hasta de la madre que lo parió.



  Por cierto, se me olvidaba deciros cuanto cobra un obrero de Chittagong. Es curioso el dato, de media un fumador europeo se gasta de 2-3 euros diarios para fumar alquitrán, mientras que los obreros de Chittagong tragan alquitrán durante doce o catorce horas al día para ganar esa misma suma. Solo sus necesidades básicas de alimentación diarias llegan a los dos euros, de ese modo por mucho que se dejen destrozar sus cuerpos entre fango negro y acero nunca podrán ahorrar, es por ello por lo que a los obreros les será imposible darles otra vida a sus hijos, así que estos tomarán su relevo y de ese modo vuelta a empezar. Pero no hay tiempo ni para ser conscientes de esta locura porque ya llega otro buque, y luego otro y otro; así hasta que los hombres de Chittagong, a los que les robaron la dignidad y la vida, quedan con las articulaciones destrozadas, la piel gravemente dañada y letales enfermedades pulmonares que les dan un aspecto que bien parece que les hubiese pasado por encima un buque mercante. Bueno, siendo sincero, no termino de saber si esto es una metáfora o no.

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