Me da igual donde os
encontréis en este momento, mirad un segundo a vuestro alrededor y observad lo
que os rodea. Un 90% de lo que veis
ha llegado a España en barco o ha sido fabricado con materiales que han venido
del mismo modo.
Todo en el transporte marítimo es a lo bestia,
porque se trata de atender nada menos que las necesidades de una industria
global que surte a 6.000 millones de habitantes. Por eso la globalización tiene grandes cerebros
que dirigen al gigante, ubicados en Nueva York, Londres o Shangay; pero como
comprenderéis también necesitará un lugar por donde deseche lo que ya no le
sirve, vamos, hablando en plata, que el gigante del que os hablo también tiene
como es de lógica un culo.
Estoy seguro
que a Bangladesh le hubiese
encantado ser el corazón de la globalización, los ojos o por lo menos las manos
(aunque ese puesto ya se lo quedó China); pero a ellos les ha tocado ser el
culo del mundo, y ese culo tiene una ubicación exacta y se llama: Chittagong.
Además, esto
es un negocio donde todos ganan: los armadores
sacan un pastizal por el buque desguazado, las empresas chatarreras se forran vendiéndole el acero a las acerías,
mientras que el gobierno de Bangladesh
se embolsa también lo suyo mientras hace la vista gorda a toda las tropelías
inhumanas de las que voy a hablar a continuación.
Todo empieza con un gigantesco buque
navegando a toda máquina directo a encallar (como un auténtico suicida) en las
playas de Chittagong. Aquí todo se
hace así, da igual que el buque que venga a ser desguazado sea un granelero, un
portacontenedores o un petrolero; ni dique seco ni ostias, a toda máquina
directo a la playa para que el inmenso cachalote de acero, relleno de
sustancias tóxicas en las tripas, entre cual elefante en cacharrería
restregando la panza en el lodo de la playa hasta que la arena lo consiga frenar. Y así, una vez encallado, empieza el descuartizamiento a contrarreloj
de la ballena de acero varada.
La primera
labor consiste en extraer mediante bombeo el aceite, los lodos tóxicos y
desmontar las planchas de proa. Luego se sacan generadores, chimeneas, hélices
y kilómetros de cables de cobre, todo ello será fundido y reconvertido en materiales de construcción.
Por supuesto, se extrae todo el mobiliario, objetos y enseres que tuviese el buque para venderlos
en mercados locales, incluida hasta la mismísima bañera donde el capitán jugaba a
los barquitos.
Cuando solo queda el esqueleto del monstruo
llega el turno de los cortadores.
Estos hombres con sus sopletes de oxiacetileno irán rajando plancha a
plancha, viga a viga, mamparo a mamparo hasta ir devorando el cadáver de la
bestia. Al abrirse paso entre las tripas del buque se juegan la vida de
forma suicida, puesto que a veces son envueltos por bolsas de gas o vapores
tóxicos que los envenenan. Además siempre existe el peligro de que al cortar
con el soplete un mamparo la llama de este prenda una bolsa de gas, lo que
provoca una explosión que los envuelve en una bola de fuego sin tiempo a
escapar del laberinto de hierro.
Una vez que
los cortadores obtienen los enormes
trozos y planchas de metal les llega el turno a los porteadores, estos hombres
no utilizan casi maquinaria pesada, por lo que se puede decir sin miedo a
exagerar que las 40.000 tn de un mega petrolero pasan una a una por sus hombros
y espaldas.
Usan para arrastrar gigantescas planchas o
descomunales estructuras de acero tanto cuerdas viejas como cadenas, sin probar
su resistencia, pero si un día una cadena se rompe y pega un latigazo que
parte en dos a diez hombres ( algo así como lo que se ve en la peli del Barco
Fantasma, valga la maldita ironía) no ocurrirá absolutamente nada. Además todos
los obreros están expuestos a caídas, aplastamientos, morir electrocutados y
por supuesto padecer enfermedades respiratorias por la exposición a
lubricantes, pinturas o hidrocarburos.
Como resultado de todo esto cada semana en Chittagong muere un obrero y cada día otro resulta gravemente
herido por un accidente. Pero la necesidad que sufren es tal, que por cada
hombre que muere hay diez queriendo ocupar su puesto. Por tanto, estos seres
humanos han sido reducidos a muñecos
rotos que cuando, tarde o temprano, ya no valen, se cambian por otros y
listo.
Miles de obreros trabajan en Chittagong
una media de 12 horas al día con un
único descanso de 30 minutos, en dicho breve intervalo deberán salir del área
de trabajo y volver de nuevo tardando en ello un total de veinte minutos. Por
lo cual realmente sólo descansan los diez minutos que están en la
cantina bebiéndose un té y comiendo unas tortas con sabor a gasoil. Diez
minutos en 12 horas en uno de los trabajos más extremos del mundo.
Cada año llegan a las playas de Chittagong
1,3 millones de toneladas tóxicas
tan sólo de barcos de la Unión Europea.
¿Esto es lícito?, pues gracias a un quiebro legal sí que lo es. Bruselas a priori prohíbe que un buque
europeo sea desmantelado sin medidas de seguridad y protección medioambiental,
pero la naviera le vende el buque a un bróker de Londres y este consigue
cambiarle la bandera deshaciéndose finalmente del barco. Así se ríe de Bruselas y hasta de la madre que lo
parió.
¿Qué tal si nos seguimos en Twitter? @JLScott5 http://bit.ly/1e3EpC1
Sin palabras
ResponderEliminarBuen artículo.
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