Así es la Milla del Curry, el barrio con más musulmanes de Manchester.

  Rostros exóticos, olor a especias y un innegable sentimiento de extrañeza. Esas fueron las tres cosas que se me quedaron grabadas la primera vez que llegué al barrio mancuniano de Rusholme. O como todo el mundo lo conoce allí: la Curry Mile (la Milla del Curry); nombre que le viene dado por los múltiples restaurantes de comida india, pakistaní o libanesa que recorren la avenida central del barrio.
  No es el único distrito de Manchester con un alto índice de población inmigrante, pero sí es el sitio donde viven más personas provenientes de países árabes. Caminando por la Milla del Curry uno puede ver rostros de iraquíes, iraníes, afganos, pakistaníes, argelinos, libaneses y muchísimos indios.

  
  Existen restaurantes donde se puede probar comida de prácticamente todos los países del sur y levante mediterráneo. Algunos son muy baratos y cutres, estilo fast food pero como si estuvieses encargando tu comida en una callejuela de Bagdad, Damasco o Túnez. Otros, por el contrario, son espléndidos restaurantes donde las acomodadas familias indias de Manchester que se dedican a los negocios acuden los viernes y sábados por la noche para cenar. Es cuanto menos curioso observarlos bajar de sus Mercedes Clase S o Audi R8, ya que los hombres van ricamente vestidos con atuendos que parecen sacados de un peli de Bollywood. Pero lo verdaderamente espectacular son sus mujeres. Y es que para mi grata sorpresa, a pesar de vivir en Reino Unido, sus vestimentas no se han terminado de occidentalizar, por lo que es muy fácil verlas con sus preciosos y espectaculares saris.
  Aparte de restaurantes, también hay bastantes comercios de dulces típicos de Oriente Medio, locutorios telefónicos o tiendas de objetos electrónicos de segunda mano. Un tipo de negocio que merece la pena visitar son las fruterías. En ellas se venden frutas y hortalizas exóticas provenientes de África o Sudamérica que uno no está acostumbrado a ver.
  Aunque los comercios que más me impresionaron fueron las joyerías. Sus escaparates están repletos de fastuosas alhajas de oro cuyas destinatarias son, en su mayoría, las mujeres indias de las que os hablaba antes. Fue gracioso la primera vez que vi una joyería de estas, ya que acostumbrado a la sencillez de las de España, no pude evitar pararme en seco y pegar el rostro al escaparate sin lograr llegar a creer que aquellas joyas fuesen reales.
  Rusholme no es un mal barrio para vivir, os lo puedo asegurar. La mayoría de los inmigrantes están integrados desde un punto de vista laboral. Aunque eso sí, a nivel social y cultural la integración presenta distintas capas y estadios dependiendo de la etnia, país de procedencia y por supuesto del nivel económico. Es ingenuo pensar que todos los vecinos del barrio, por ser en su mayoría musulmanes, se llevan entre ellos de lujo. Ya que suníes, chiíes e hindúes son una mezcla un tanto complicada. Y qué duda cabe que también existe un más que pronunciado clasismo, y mucho más acentuado aún si encima les separan creencias o etnias. Esto se evidencia, por ejemplo, en la forma de mirar por encima del hombro que tienen los indios de clase alta cuando pasan por al lado de un pakistaní que no tiene ni donde caerse muerto.
  A pesar de la mezcla tan complicada que os estoy describiendo, os puedo asegurar que la Milla del Curry es un lugar apacible e interesante para vivir, al menos si te fascinan las culturas árabes tanto como a mi.
 
  
  El barrio presenta distintos aspectos según la franja del día. Por la mañana tiene una vida más comercial, por ello es común ver a las mujeres deambular de aquí para allá haciendo sus compras. Algunas llevan velos y otras niqab. Sus miradas son evasivas y su trato distante. Los hombres suelen vestir a la manera de sus países de origen. Algunos con camisas sencillas o pantalones chinos. Otros con especies de chilabas con las que no se les marcan las formas de cuerpo.
   Los hay también que llevan unas chilabas blancas, a la manera de hábitos monacales, y unas enormes barbas negras enmarañadas. Ellos suelen ser los más distantes de todos. Caminan como abstraídos en sus pensamientos y con una sombra de desdén y desconfianza en sus ojos. Estos inquietantes personajes de los que os hablo son los salafistas. Musulmanes radicales que viven aislados de la cultura occidental, pero también de sus propios hermanos de fe. Ya que son integristas y sienten un gran recelo y desprecio por todo aquel que no sea como ellos. Tanto así, que muchos incluso defienden la yihad. Es cierto que a priori la promueven aunque sin apoyar el terrorismo, pero sin duda practican sus creencias zigzagueando en una línea muy fina y ambigua entre la legalidad y la ilegalidad. Ya que según el dónde y el cómo, lo que para nosotros es terrorismo para ellos es “Guerra Santa”.
  Hay que decir, para que nadie se alarma en demasía, que los salafistas son por suerte una minoría. Probablemente no lleguen ni al cinco por ciento. La inmensa mayoría de la gente del barrio, independientemente de su etnia o credo, son gente honrada y trabajadora que solo piensan en prosperar a base de esfuerzo.
  Aunque eso sí, hay que admitir que los salafistas están ahí. Con su integrismo y su aislamiento. Algunos con vidas más agraciadas por la suerte y otros más marginados y frustrados. Con lo que todos sabemos que eso conlleva.
  Yo nunca llegué a presenciar ningún movimiento policial en el barrio, pero es más que seguro que los servicios de inteligencia británicos observan muy de cerca a los salafistas.

 
  Mi experiencia personal en Rusholme estuvo marcada por la fascinación y la frustración. Fascinación porque desde que fui con trece años a la Alhambra una de las áreas de estudio que más me apasionan son las culturas árabes, y sobre todo, los países de Oriente Medio.
  Por ello, vivir en la Curry Mile fue un auténtico regalo para mis sentidos. Desde los olores de las especias hasta la llamada a la oración de la mezquita, pasando por los rostros, vestimentas, acentos y estampas variopintas de aquel crisol de culturas del Mediterráneo conviviendo en el norte de Inglaterra. 
  Y mucho más lo hubiera disfrutado aún si no hubiese contado con tres barreras muy difíciles de traspasar; la primera: el idioma, porque ni mi inglés era el adecuado ni tampoco ellos mismos lo dominan a la perfección. La segunda: el tiempo, ya que mientras vivía allí estaba muy ocupado trabajando. Y la tercera: el choque cultural, porque una cosa es como yo les observé a ellos y otra muy distinta como ellos me observasen a mi. Ya que seamos sinceros, ni todos los occidentales sienten interés por conocerles ni tampoco ellos mismos sienten impulso alguno por traspasar la barrera invisible que nos separa a las dos civilizaciones.
  Y es que el hecho de que vivan entre nosotros no significa que vivan con nosotros. Esto es el resultado del absoluto fracaso de las políticas de integración. Pero también, qué duda cabe, es culpa de ellos mismos y su falta de interés por integrarse en nuestros países.
  Os aseguro que la Milla del Curry es un barrio multiétnico donde se vive en paz, pero ni de broma os lo voy a describir como un ejemplo de multiculturalismo. Ya que la mayoría de los musulmanes viven y dejan vivir, pero realmente no conocen a sus vecinos occidentales ni tampoco terminan de comprender el porqué debiesen hacerlo.
  Aunque a pesar de que, como ya os digo, no pude bucear tanto como me hubiese gustado en la vida social del barrio, sí que tuve una oportunidad perfecta para relacionarme con algunos de sus vecinos.
 

  Como antes mencioné, mi nivel de inglés era deficiente, y esto es una gran dificultad no solamente para encontrar trabajos cualificados sino también para que un inmigrante se integre en Reino Unido. Por ello, el funcionario del Job Center (lo que aquí es el SAE) me asignó un colegio muy cercano a donde yo vivía para poder asistir de lunes a jueves a clases de inglés gratuitas. Teniendo en cuenta que en Inglaterra te cobran un pastizal hasta por pestañear, no pude más que sentirme muy afortunado por semejante regalazo que de forma muy hospitalaria e inteligente me hacía el gobierno inglés.
  Allí compartí aula con alumnos de distintas nacionalidades. Recuerdo entre ellos a varios españoles, un hombre egipcio, una mujer siria, varias mujeres somalíes, un par de italianos, una mujer holandesa, algunos marroquíes y creo acordarme también de un iraní.
  Como intuiréis, no tardé más de dos minutos en hacerme amigacho de los españoles. Sin embargo, la cercanía con las personas con las que yo quería congeniar tardó un poco más en llegar.
  Me senté en una mesa rodeado de mujeres somalíes, algunas jóvenes y otras mayores. Entre ellas las había con distintos niveles de inglés. Desde la que hablaba mucho mejor que yo hasta la que apenas decía dos palabras. Los ejercicios de gramática que nos daban a resolver me ayudaron a romper el hielo y preguntarles sobre todo tipo de cosas acerca de su país, su religión (islam) o sus tradiciones.
  Somalia es de esos países que salen muy de vez en cuando en las noticias y siempre es para cosas horribles o muy horribles. Básicamente es ese tipo de lugar en el mundo del que nadie se acuerda. Pero yo sabía algo gracias a la película “Black Hawk Derribado”. Un detalle tan tonto como mencionarles el mercado de Bakara - lugar donde fueron derribados los helicópteros estadounidenses - que está ubicado en Mogadiscio, la capital de Somalia, me sirvió para caerles bien a las muchachas somalíes. Eso y las mil y una preguntas sobre platos tradicionales, sobre cómo eran sus vidas en Manchester o qué buenos recuerdos guardaban de Somalia. Además tuve la picardía de aprenderme expresiones para saludarlas o despedirlas, (ya que siempre sienta bien que te digan aunque sea dos palabras en tu idioma) como aquel “Si tahai nabad” (algo así como "hasta luego") que les decía cuando nos marchábamos y que siempre les arrancaba una sonrisa.
 
Este soy yo en el precioso jardín de la residencia de Rusholme.
  El acercamiento tuvo que ser con mucho tacto y sensibilidad a sus costumbres. Ya que para ellas el hecho de que un hombre extraño les sacase tanta conversación y se interesara por sus vidas las ponía en situación de sospecha. Pero poco a poco, y con mucho respeto y mano izquierda, les fui cayendo en gracia y me fueron dando más y más detalles.
  Por mi experiencia personal os puedo decir que entre nosotros y ellos - entiéndase por ellos a los musulmanes en su conjunto - existe una innegable distancia cultural difícil a veces de cruzar. Solo os doy un detalle: todas mis compañeras de clase musulmanas me dijeron que jamás se casarían con un cristiano a no ser que se convirtiese. Esto no es una barrera, esto es la mayor BARRERA para una posible sociedad multicultural.
  La cuestión en sí es: ¿de qué modo podemos crear una sociedad europea en la que ellos puedan vivir de forma plena? Y entiendo vivir de forma plena a vivir en Europa de acuerdo a sus culturas pero también dentro de la esfera de nuestros derechos y libertades. Es decir: un proyecto de sociedad intercultural.
  Esta es la duda que a mi me asaltó muchas veces al charlar con las somalíes. El progresismo lleva décadas defendiendo a capa espada los derechos del colectivo LGTB, la separación de la religión de la política o el avance de los derechos de la mujer. Pero esta paulatina conquista de derechos y libertades choca de pleno con la forma de entender la vida de los millones de inmigrantes musulmanes que viven entre nosotros. Y aquí radica el problema: ¿de qué forma vamos a crear una verdadera sociedad intercultural, teniendo en cuenta las tensiones que ejercen tanto los partidos populistas  de ultraderecha, como también los grupos de presión de la izquierda o los colectivos de musulmanes?.
  Resulta curioso, pero cuando le pregunté a una de mis compañeras somalíes qué le gustaba más de Europa, su contestación fue muy clara: la libertad. Ellos valoran muchísimo la libertad. Pero eso sí, su concepto de libertad no es exactamente el nuestro. Y yo pienso que este es el núcleo del asunto, ya que la libertad, al igual que cualquier otro concepto, es una idea elástica y matizable. El desafío es diseñar entre todos un marco en el que podamos convivir a base de diálogo, cercanía y empatía. El triple salto mortal.
 
  Si algo tengo claro es que desde que comenzó la oleada de atentados yihadistas en Europa nosotros mismos hemos sido nuestros peores enemigos. Ya que nos hemos auto asignado la culpa de todo, ignorando que Europa lleva décadas sirviendo de hogar de acogida para millones de inmigrantes de todas partes del mundo.
  Yo lo he vivido en mi propia piel, nadie me lo puede negar. A mi en Reino Unido me han pagado clases de inglés, me han dado ayudas para pagar el alquiler y también para compensar tener el sueldo bajo. Y como a mi, igual a miles y miles de inmigrantes.
  Desde Europa no hemos tratado el drama del éxodo masivo de refugiados sirios como debíamos haberlo hecho. Estoy de acuerdo. Pero de ahí a decir que Europa es un lodazal insolidario y cruel, va un tanto, creo yo.
  En definitiva, lo cierto es que mi experiencia en Rusholme me dejó muchas preguntas abiertas y otras tantas inquietudes que por desgracia se están cumpliendo. La Milla del Curry es un lugar interesante para observar el problema de la integración de musulmanes en Europa, y además es un lugar repleto de muchas historias que aún están por contar.
  Por eso, si alguna vez vais por Manchester, pasaros por allí. Sobre todo un viernes por la noche, el mejor día y momento para disfrutar del olor de las especias en toda su intensidad y los destellos multicolores de las luces de neón.

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