Vuelo GWI-9525

  Solamente hay algo más difícil de asimilar que un accidente de aviación por un fallo mecánico o humano, y es una aeronave estrellándose con ciento cincuenta personas dentro por la acción consciente y criminal del copiloto. Cuando ocurre esto ya pocas preguntas se pueden contestar, simplemente les tocó la bola negra de la probabilidad, por desgracia les cayó a ellos. No es algo raro, ni siquiera curioso. Es algo que ocurre a cada momento, es algo que pasa a nuestro alrededor a cada instante y sin embargo no somos conscientes.
 

  Nos empeñamos en buscar un sentido a todo, una lógica o una justificación de por qué ocurren las desgracias. Y todo porque sentimos la necesidad vital de percibir un orden en todo lo que nos rodea, un equilibrio, un sentido a la vida y también a la muerte. Entonces nos enteramos que dentro del avión iban quince estudiantes alemanes con toda la vida por delante y pensamos: ¿cómo es posible semejante injusticia? ¿cómo la vida permite algo así tan absurdo, tan sumamente injusto?. Quizás no nos damos cuenta que ahí afuera existen leyes que se nos escapan a nuestro control, existen certezas asesinas y vacías de cualquier rastro de piedad que continuamente hacen caer cuchillos sobre nosotros de forma aleatoria.
  Deseamos creer por todos los medios que vivimos acorde a unas reglas justas y equilibradas - más allá de las leyes humanas - que algunos le darán autoría divina y otros científica, pero que en definitiva son las reglas que marcan el devenir y que trazan la trayectoria que seguimos todos en esta deriva a la que vamos desde la nada hacia la nada. O desde el todo hacia el todo, según como lo veáis.
  ¿Y si no fuese así? ¿Y si no hubiesen esas reglas que creemos que nos protegen? Lo mismo la vida no es justa ni injusta, lo mismo no es algo bello ni espantoso. Lo mismo simplemente es un universo de constante cambio y destrucción donde nosotros somos una pieza más que en cualquier instante terminara como terminó de aplastada la caja negra del avión.
  Está claro que nadie quiere pensar así, ni yo tampoco, claro. Pero resulta que por un error bioquímico, el cerebro humano es capaz de desarrollar la capacidad de permitir que un sujeto lleve a cabo un suicidio con ciento cincuenta personas tras él. Lo mismo pasa en uno da cada millón de cerebros humanos, pero si ese cerebro lo porta un piloto de aviación comercial, tenemos una bolita negra en el enorme bombo de las probabilidades que tarde o temprano le tocará a alguien:  a tu vecino, a tu compañero de trabajo, a tu amigo o directamente a ti. O a mí. Pero lo que es seguro es que tarde o temprano una línea se cruzará con otra.
 Ante semejante panorama, ¿qué puede uno hacer? ¿verdad?, solo se nos ocurren las mismas respuestas de siempre que van desde el “no somos nadie” hasta el absurdo “no hay derecho de que haya ocurrido semejante injusticia” . Un mundo lleno de cuchillas que caen a nuestro alrededor constantemente sin que seamos conscientes hasta que una se nos clava a nosotros, eso es lo que hay justo al salir de tu casa. Y también dentro de ella.
  Que panorama más feo y más aterrador, ¿no es cierto?, mejor no rayarse más de la cuenta, mejor pensar que son cosas que pasan y reconfortarnos al pensar que esta vez no nos ha tocado a nosotros.

  Así es como piensan la mayoría de las personas, pero me temo que esa actitud solo nos lleva a ser mucho más vulnerables y pardillos (de lo que ya por sí somos) ante el mundo hostil que nos envuelve. Así que después de mucho pensar qué escribir sobre la desgracia ocurrida, creo que lo mejor va a ser invitaros a leer el relato que próximamente publicaré sobre mi propia experiencia la última vez que pillé un avión. Tranquilos no ocurrió nada accidentado. Simplemente creo que quizás sea un relato que puede valer como reflexión ante lo ocurrido y por supuesto como mi particular homenaje a las víctimas del vuelo GWI-9525.

Comentarios

Publicar un comentario