No supo vivir de otra manera

  Si algo se puede sacar de positivo cuando acontecen masacres como la de Charlie Hebdo es que suponen un tortazo en seco a nuestra sociedad, lo que consigue a veces que reaccionemos del adormecimiento en el que con el pasar de los meses y años entramos. Estos días han vuelto a aparecer en medios de comunicación y conversaciones de la calle una serie de conceptos y proclamas con las que nos hemos identificado como pueblo y cultura atacada: libertad de expresión o jesuischarlie han sido los dos hashtags más recurridos en Twitter, pero a mi me gustaría invitaros a que fuésemos un poco más allá.

  Sin duda todos nosotros, o al menos una inmensa mayoría, reconoce y defiende los valores que la semana pasada fueron pasados a balazo limpio. Al poco de cometerse el atentado, las viñetas de la publicación se viralizaron en las redes sociales, todos compartimos las mismas imágenes y proclamas como un símbolo de rechazo absoluto y unidad frente a la barbarie yihadista.
  Pero yo no he podido evitar acordarme estos días de una peli que vi no hace mucho. Se llamaba "Los Últimos días de Sophie Scholl" y mostraba el proceso judicial y posterior ejecución a la que fue sometida una jovencísima estudiante universitaria de Munich por parte de los nazis. Es de esas películas que te dejan sin habla sin necesidad de recurrir a escenas muy dramáticas ni grandilocuentes. En la peli se muestra una chica aparentemente débil y sensible, que más bien podría parecer no ser capaz de atreverse a cruzar la calle de en frente. Tiene una actitud serena y discreta, mirada inteligentísima y un discurso con el que es capaz de dejar contra las cuerdas a su mismo interrogador.
  Nadie imaginaría la fortaleza que tuvo a la hora de afrontar el proceso al que fue sometida, nadie imaginaría que esa jovencita, amante de la filosofía y la biología, iba a tener la entereza de afrontar un destino que terminó en una guillotina. No sé si eran otros tiempos o los jóvenes en Europa tenían unos fuertes ideales a los que agarrarse, pero se te ponen los vellos de punta al ver una actitud tan sumamente valiente y entregada en alguien que estaba a las antípodas de aquellos dos que tirotearon a Charlie Hebdo.

  Ella era culta y tranquila, pero luchaba heroicamente contra los nazis a través de la organización secreta la Rosa Blanca. No había conocido campos de batalla sino hojas de libros, no tenía la mirada del soldado veterano sino la de la intelectual apasionada y lúcida. No había conocido trincheras pero sus ojos habían pasado por mil y una ideas escritas en negro sobre blanco.
   Pudo haber elegido caminos más sencillos, pudo haber colaborado con los nazis y con una mente brillante como la suya y un poco de compadreo se podría haber buscado un buen puesto de trabajo. Podría haber muerto de vieja en su Munich natal, una vez pasados los nazis y una vez pasada la memoria nadie recordaría que ella un día agachó la cabeza y colaboró con el horror. Después de todo no sería la única, aquí mismo, en España, estoy seguro que todos vosotros os cruzáis a diario con abuelitos y abuelitas aparentemente pacíficos que en su día también dieron su mano, su silencio o su lengua cobarde al servicio del estado represor y criminal franquista.
  Pero no supo elegir esa opción. Entonces no existían las redes sociales para haberle mostrado al resto de conciudadanos su compromiso por la causa, de modo que no pudo poner una sencilla y cómoda imagen en Facebook, tampoco podía retuitear a nadie desde la seguridad de su Android. Entonces no era esa la forma como se luchaba por lo que hoy definimos como libertad de expresión.
   Ella eligió vivir mirando cara a cara al terror, por eso con apenas veintiún años ya no sonreía como sonríen los jóvenes. Porque solo cuando se vive de forma despreocupada y dulce creyendo que nada malo ni desagradable acontecerá en la vida es como se puede vivir con ese plácido gesto.
  Sophie miraba segura de sí misma pero reflexiva y seria, como quién sabe perfectamente que sus ideas son puras y bellas, pero ni ellas, ni ningún Dios va impedir que su causa noble no termine frente a un pelotón de fusilamiento.

 Un millón de personas se han manifestado en París por la libertad de expresión. Pero de ese millón ¿cuántos estarían dispuestos a escoger el destino que eligió Sophie School y cuántos harían como yo, como vosotros y como todos?.

  Todos decimos con orgullo la proclama Je suis Charlie, como si al escribir el hashtag en Twitter tuviésemos delante a los yihadistas. ¿Pero cuántos de nosotros tendrían lo que hay que tener para repetir eso mismo si de ello dependiera que nuestra cabeza no terminase colgando del cuello?.
  Es positiva la respuesta que todos hemos tenido de apoyo a la revista y a la defensa de nuestros valores, y por supuesto que es positivo ese millón de franceses que gritan bien alto por la libertad. Pero no será este artículo, ni vuestros tuits, ni las pancartas de las manifestaciones lo que mantendrá a los malos a raya. Son gente como Sophie Scholl, alguien que con veintiún años fue ejecutada en una guillotina por luchar por la verdad y la libertad.
  Estoy de acuerdo con vosotros. Se pueden tener ideales, se pueden defender valores y causas; pero no somos estúpidos ni suicidas, y al final, cuando vemos que de nuestro silencio depende que sigamos viviendo, todos hacemos lo mismo. Será porque el miedo nos puede, será porque crecemos y nos educan así; o será porque por encima de causas lo que deseamos todos es vivir tranquilos nuestra vida lo mejor que se pueda.
  Por eso con nuestro silencio y nuestro gesto cómplice, de forma directa o indirecta, somos una pieza más del engranaje del miedo y del mal. No acuso a nadie, insisto, yo haría lo mismo que vosotros. Pero creo que ahora como siempre hace falta gente como Sophie Scholl, gente que mira cara a cara al terror sin bajar la mirada. Gente que hace de la valentía y la dignidad su bandera. Gente que no sabe vivir de otra manera.


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