Viejos dioses olvidados

  Cada vez que veo en un mercado medieval a unas aves rapaces acorraladas por la gente mientras las fusilan a fotos, siempre me da por pensar lo mismo: no tienen nada que hacer, son seres que vienen de otra época cuando el hombre le hablaba y escuchaba a la tierra. Quizás para la ciencia moderna no sean más que pájaros del orden tal, clase cual y familia no se qué; pero qué duda cabe que no pueden ser solo eso, se merecen ser algo más.
 
  Durante siglos, no solo ellos, sino muchísimos animales de bosques, praderas, desiertos o mares formaron parte de esa visión ancestral y mágica que tenía el hombre respecto al mundo que le rodeaba. Fueron identificados como dioses, criaturas mágicas o seres espirituales a través del paso por los siglos de distintas culturas; fueron objeto de miedo pero también de adoración, de respeto y de curiosidad. Los animales, junto con multitud de elementos de la naturaleza como manantiales, árboles, cuevas, montes, los fenómenos climatológicos, astronómicos o la misma noche o el día; todo lo que nos rodeaba cobraba un aura especial debido a la visión animista y entusiasta que el hombre tenía del cosmos.
  Pero hoy esa rapaces no son más que meros bichos curiosos a los que echarle una foto, un fugaz pasatiempo que apenas se marcará en las retinas, un souvenir de la naturaleza que la visión materialista y pragmática ha convertido en poco más que muñecos con plumas.
  Y es que debemos ser conscientes de que el catalejo a través del cual observamos e interpretamos el mundo hoy día, aún no le hemos quitado siquiera el embalaje en el que nos llegó envuelto. ¿Qué intento decir con esto? Pues que nuestra visión contemporánea, o sea, la forma como observamos todo lo que nos rodea, nació con la Revolución Científica del siglo XVII y se terminó de conformar y expandir gracias a la Ilustración. Estamos hablando apenas de cuatro siglos en comparación con los milenios que llevábamos utilizando la otra visión de la realidad.
  Todas las culturas de la antigüedad - Egipto, Grecia o Roma por citar algunas - compartían esa misma experiencia de vivir por completo inmersos en el animismo y la religiosidad. Luego vino la Edad Media, cuando el cristianismo irrumpió fuertemente pero no por ello cerró nunca del todo nuestros “ojos paganos”. A pesar de que la fe que reinaba en Europa era la cristiana, pervivían por ciudades y aldeas - como un tesoro que hubiese sido esparcido sobre nosotros - multitud de creencias, figuras mitológicas y tradiciones mágicas.

  Qué duda cabe de que esa visión debía acabar tarde o temprano por el bien de nuestro progreso. Por ello la superstición y la visión mágica de la realidad fue sustituida por una nueva forma de comprender el mundo a través de la razón y la lógica. Ya que se pensó que gracias a estas nuevas herramientas alcanzaríamos el desarrollo económico y social, y con ello vendría seguro la felicidad (o al menos ese era el ideal del Siglo de las Luces).
  Sobra dar por sentada la idea clara de que cambiar los amuletos por microscopios nos ha traído unos tiempos de seguridad y desarrollo que nadie en su sano juicio querría llevar atrás. Pero siempre que hemos avanzado, dejando atrás una forma de entender la vida por otra que nos ofrecía un futuro más esperanzador, hemos perdido irremediablemente muchas cosas bellas y útiles por el camino.
  Veréis, yo creo que el planteamiento es sencillo. La visión del científico nos ha despojado de formas de sentir la realidad que también tenían su utilidad, más allá del mero romanticismo. La ciencia observa a través de la lógica y la razón, la ciencia mide y calcula porque lo que desea son datos que nos den dominio sobre la naturaleza con el fin de servirnos de ella para nuestro desarrollo. Por supuesto que esto es muy positivo, pero también ha desembocado en una visión fría y aséptica de la realidad, un punto de partida por parte de todos hacia la aspiración de dominio absoluto de nuestro entorno, una mirada como la del ingeniero con ese punto de prepotencia y desdén,
  Una nueva forma, en definitiva, de situarnos frente a la naturaleza que compartimos todas las personas, independientemente de credos, ideologías o razas, y que finalmente nos ha llevado a perder la magia de esa mirada inocente que teníamos antes.
  Porque cuando algo no se termina de conocer y se nos antoja que una fuerza inexplicable hay dentro suya - por tanto nos resulta imposible de dominar -  sentimos respeto y curiosidad hacia ese elemento o fenómeno. Hay un misterio eternamente velado que activa nuestra imaginación y con ello nuestro entusiasmo.

  Un bosque se puede medir y explicar sin problema alguno gracias a la mirada cartesiana, pero nunca jamás volverá a ser lo que era antes cuando para nosotros no era un bosque, sino: el bosque. Cuando había cosas entre sus brumas que se escapaban a nuestro control, cuando existía algo que aunque no podíamos tocar ni ver sí que se podía sentir. Cuando no era solo un conjunto de elementos vegetales y animales: sino una entidad mágica con un alma propia.
  ¿Y esto para qué nos servía?. Para sentir la realidad de forma más intensa y apasionada, irracional y absurda sí, pero que también nos hacía sentir que estábamos ante algo especial. Como especial es, por poner un ejemplo, una monumental y grandiosa catedral para la sensibilidad del creyente, mientras que para el resto de los mortales tan solo será un bello montón de piedras sostenidas por reglas de arquitectura.

  Tendríamos que preguntarnos, pues, qué es más importante para nosotros ¿una visión cien por cien racional o una sensibilidad más humana?.

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