Supongo que conoceréis
el Hormiguero, ese programa presentado por un tipo bajito, pelirrojo y
pecoso con un talento para la tele, por cierto, nada despreciable. Es cierto
que a veces las entrevistas siguen un guion que cae de forma absurda en el sin sentido.
Pero también es cierto que a veces el programa se me antoja como un vibrante
show circense, con un directo fresco y sincero.
De todos los artistas que pasaron por el
Hormiguero la temporada pasada, yo personalmente me quedaría con la entrevista
a Russell Crowe. Ya que tiene el valor de ser la primera entrevista en un
programa televisivo que el actor concede en España.
Hay que reconocer que Russell entró en el
plató algo hosco y desconfiado. Desde el principio se notaba claramente en la
actitud del personaje los años de experiencia lidiando con periodistas por
platós y photocalls del uno al otro confín. Pero hay que reconocer que Pablo
Motos fue consciente del tono que debía adoptar la
entrevista si no quería que esta descarrilase.
Russell no tardó mucho en ayudar a crear un clima de conversación tan entretenido como interesante con el
que se logró transmitir a través de la cámara la solidez humana y profesional
de la que goza el actor, aunque sin perder en ningún momento el tono enérgico y
divertido, sello indiscutible del programa del pelirrojo.
Pero el momento más emotivo vendría motivado
por una pregunta que realizó el presentador acerca de una curiosa historia que
se esconde detrás del actor principal de la nueva peli de Supermán, el
británico Henry Cavill.
La historia comienza en los días en los que
Russell Crowe rodaba en Londres la película “Prueba
de Vida”. Él y su equipo de filmación trabajaban desde hacía varios días en
las instalaciones de un colegio privado. Y en los descansos, entre escena y
escena, había un jovencísimo chaval que se acercaba curioso e insistente al
actor para formularle algunas preguntas.
El mismo Rusell explicó que los actores están acostumbrados a que muchos chavales que sueñan con ser estrellas les formulen mil y una preguntas acerca de cómo llegar a triunfar. Normalmente él les responde paciente, aun
sabiendo que la mayor parte de las respuestas caerán en saco roto. Pero aquel chaval de ese instituto, consiguió
llamar especialmente su atención. Sería quizás la intensidad con la que le
preguntaba o la aguda e imparable mirada de quién tiene claro que algún día,
pase lo que pase a su alrededor, llegará tan alto y tan lejos como de fuerte
pueda imaginar.
El caso es que el actor decidió dedicarle su
atención, e incluso cuando el equipo de rodaje se preparaba para marcharse,
Rusell pensó en tener un detalle con aquel joven. Así que le preparó un paquete
con varios regalos en su interior: una extraña comida australiana cuyo nombre
no recuerdo, una camiseta de rugby también de un equipo australiano (ya que
Rusell es de allí) y una foto del actor con una dedicatoria que decía: “Un viaje de mil millas empieza con un solo
paso”.
Los años fueron pasando para el chaval mientras se afanaba sin tregua por acudir a mil y un castings y audiciones por
todo lo largo y ancho de Londres, y mientras su ídolo seguía cosechando
triunfos, él continuaba siendo solo un simple joven con ilusión y sueños, caminando
solo sin el foco de la escurridiza suerte.
Pero él no se venía abajo, ni perdía la
ilusión por sus sueños en ningún momento. Cada vez que lo rechazaban en una
audición, echaba mano de aquella foto que era para él su más imbatible faro y
leía una y otra vez aquella frase que le escribió aquel día.
Una mañana, en Illinois, Russell Crowe rodaba
Supermán, y en aquel set de rodaje había un joven pero importante talento que
iba a interpretar en el filme el papel principal. Hacía meses que lo venía
observando extrañado, le sonaba su rostro de haberlo conocido antes, pero no
lograba recordar dónde, y es que habían pasado nada menos que doce años. Inquieto por la curiosidad, Russell decidió
abordar a aquel joven para salir de una vez de dudas:
-
Oye tío, me suena tu cara ¿dónde
hemos coincidido?.
-
Supongo que te acordarás del rodaje de “Prueba de Vida” en el Colegio Stowe de
Londres…¿verdad?.
-
Claro.
-
¿Recuerdas un chico que te hacía mil y
una preguntas sobre ser actor?... pues ese era yo.
Bueno, hasta aquí, esto sabe a la típica historia de superación para un viernes noche de cine
¿verdad?, con olor a palomitas, Coca-Cola y hamburguesa del McDonald. De esas
historias que se las cuentas a tu novia y te contesta aquello de ¡Qué fuerte, tío…!.
Pero creo que tenemos que hacer un esfuerzo en
valorar ciertas ideas. Ya que pienso que dentro hay una
reflexión nada despreciable que deberíamos hacernos todos en el momento actual.
Yo comprendo que cuando existe una placa de plomo sobre nuestras vidas, como es
la cifra de 26% de paro, no hay ni tiempo ni ganas para reflexionar. Y más aún en el ambiente que respiramos,
donde hemos dejado por completo de creer en todo lo que era sólido: ya no hay
Dios, ni ideologías, ni instituciones y para muchos jóvenes, ni si quiera
valores; por no hablar de sueños o de utopías. Y esa es, evidentemente, el
núcleo de donde se expande la pandemia de derrotismo y desesperanza. El hecho
de que la gente ya no tiene ideal por el que luchar.
Pero escuchando la historia, por ejemplo, me
resultó ciertamente curioso ver qué es lo que le dio fuerzas a ese chico para
seguir luchando por su sueño: y es que fue sólo una frase. Una simple, obvia e
insípida frase.
Pues algo tan insignificante ayudó a cambiar
su trayectoria vital, ya que fue para él durante esos años de búsqueda
incansable, su máxima verdad. Y su más vital certidumbre.
La próxima vez puedo hacerlo mejor. Eso
justo, dice el actor, es lo que había en su mente cada vez que era rechazado
en un casting. Él, de ese modo, creyó de forma casi sagrada en sí mismo y su
invencible capacidad de lucha para llegar a lo que quería. Caminando firme y
sereno, en una urbe gigantesca como lo es Londres, donde sueñes lo que sueñes hay miles de personas como tú corriendo hacia la misma meta.
Pero él tuvo fe ciega en aquella mágica
frase, y la verdad es que si yo hubiese sido él, también hubiese creído en
ella. Después de todo venía escrita, nada menos, de la mismísima mano de un
gladiador.
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